La supervivencia de la humanidad depende de una delicada capa de un gas que protege a los seres vivos de la nociva radiación solar UV-B, y que también actúa sobre el clima.
Cuando en 1928, el reconocido inventor norteamericano Thomas Midgley Jr. presentó el diclorodifluorometano, cambió la historia de la humanidad. Al crear el primer CFC del mundo -que pronto fue comercializado como Freón-12-, su uso posibilitó una masificación de los sistemas de refrigeración en heladeras hogareñas, equipos de aire acondicionado y en aerosoles, facilitando la producción y el transporte de alimentos en todo el planeta.
Este fue el segundo de los importantes descubrimientos químicos por los cuales Midgley recibió numerosos honores, incluyendo cuatro medallas de la American Chemical Society, su presidencia y la membresía en la Academia Nacional de Ciencias.
Pero no fue hasta 1974, casi treinta años después de la muerte de Midgley, que un artículo científico publicado en ‘Nature’ por el mexicano Mario Molina y el norteamericano Frank Sherwood, expusiera ante la comunidad científica el daño que esos gases causaban a la atmósfera terrestre al destruir la capa de ozono, la principal barrera que nos protege de la cancerígena radiación ultravioleta del Sol.
Más de veinte años más tarde, el planeta se unió para impedir que la capa de ozono se destruya por completo, en una de las acciones colectivas más exitosas llevadas a cabo por la humanidad.
El ozono es un gas natural cuyas mayores concentraciones se detectan en las dos capas inferiores de la atmósfera terrestre. En la tropósfera, cerca de la superficie terrestre, se encuentra el ozono ¨malo¨, gas contaminante que es uno de los elementos clave del “smog” o niebla tóxica.
En la estratosfera podemos encontrar una débil franja de gas ozono, a una altitud de entre 15 y 50 km sobre la superficie terrestre. Allí se concentra cerca del 90 % del ozono presente en la atmósfera, y su función es vital para la vida en el planeta, al absorber del 97 al 99 % de la radiación ultravioleta de alta frecuencia, que es dañina para la vida. Por ello catalogamos como ¨bueno¨ a este ozono, y de allí la importancia de su preservación.
Si bien hay factores naturales que afectan la composición de la capa de ozono estrateosférico (como la actividad solar, las erupciones volcánicas, los incendios forestales o la variación estacional de la temperatura), existen factores causados por la actividad humana que la alteran.
Algunos contaminantes producto de la actividad industrial pueden causar cambios en la capa de ozono, pero el mayor daño ha sido causado tras décadas de uso de clorofluorocarbonos (CFC). Los CFC son transportados por fuertes vientos hacia la estratosfera, en un proceso que puede tardar de 2 a 5 años, y una vez allí se descomponen y liberan cloro, el cual destruye al ozono. Cada átomo de cloro puede descomponer hasta 100.000 moléculas de ozono, lo que da una idea de su poder destructivo.
El agujero de la capa de ozono es una zona de la atmósfera terrestre donde se producen reducciones anormales de la capa de ozono. No es un agujero, sino una reducción en la concentración de ese gas, ya que su toral ausencia (como sería en el caso de un ¨agujero¨) implicaría que la vida por debajo del mismo sería imposible.
Esta reducción es un fenómeno anual observado durante la primavera en las regiones polares y que es seguido de una recuperación durante el verano. Una reducción sensible de la capa de ozono puede causar un aumento en el riesgo de cáncer de piel, quemaduras y cataratas en humanos, así como daños en plantas y animales.
El 16 de septiembre de 1987 se firmó el Protocolo de Montreal relativo a las sustancias que agotan la capa de ozono, en un inédito esfuerzo internacional conjunto. Esta acción ha promovido la eliminación y la reducción del uso de las más de 100 sustancias nocivas que destruyen la capa de ozono.
El protocolo de Montreal ha sido el acuerdo internacional más exitoso hasta la fecha, ya que todos los calendarios para la eliminación de estas sustancias se han cumplido, incluso antes de lo previsto en muchos casos.
El Protocolo de Montreal también ha contribuido a blindar los sumideros de carbono, proteger la salud de la humanidad y evitar pérdidas económicas. Y gracias a él, la capa de ozono, antaño debilitada, está en vías de recuperación, estimándose que para el año 2060 el ¨agujero¨ de ozono más extenso sobre la Antártida se habrá cerrado por completo
La Enmienda de Kigali al Protocolo, centrada en la eliminación progresiva de los hidrofluorocarburos (HFC), potentes gases de efecto invernadero que fueron creados como reemplazo de los CFC, puede contribuir al progreso en los esfuerzos de mitigación del cambio climático, protegiendo a las personas y al planeta. En momentos que transitamos el 15º mes consecutivo en que se baten records absolutos de temperatura media mensual a escala global, esto se hace más necesario que nunca. Si la enmienda de Kigali se ratifica y aplica en su totalidad, podría ayudar a evitar hasta 0.5 ºC de sobrecalentamiento global hasta finales de este siglo.
Cuatro de cada cinco naciones han ratificado la Enmienda de Kigali. Y no hay tiempo que perder.